El bienestar animal ha dejado de ser un concepto abstracto para convertirse en un pilar estratégico de la acuicultura moderna. Hoy ya no se percibe como una moda pasajera ni como una carga para los productores; se entiende como una herramienta de producción que permite responder a un consumidor mediterráneo y europeo cada vez más exigente con el origen y las condiciones de cría del pescado. En este contexto, investigadores europeos del proyecto AQUAEXCEL3.0 han dado un paso decisivo al presentar una actualización integral de los indicadores de bienestar para cinco especies de interés. Para el sector mediterráneo, tres destacan especialmente: dorada, lubina europea y trucha arcoíris.
Lejos de tratarse de un simple manual de cultivo, el documento propone auténticas «cajas de herramientas» científicas, desarrolladas inicialmente para la investigación bajo el marco de la directiva europea de uso de animales. Sin embargo, su alcance va mucho más allá del laboratorio: establece las bases técnicas y operativas que marcarán el camino hacia futuras regulaciones, certificaciones y mercados de mayor valor añadido. El objetivo es pasar de una observación pasiva a una monitorización activa basada en indicadores ambientales, fisiológicos y de comportamiento capaces de detectar problemas antes de que se traduzcan en pérdidas productivas.
La solidez científica de esta nueva hoja de ruta viene avalada por un equipo de 51 investigadores pertenecientes a instituciones de referencia en ocho países europeos. La ciencia española ha estado representada por expertos del Grupo de Nutrigenómica de Peces del Instituto de Acuicultura Torre de la Sal (IATS-CSIC) en Castellón y del Laboratorio de Fisiología Animal del Centro de Investigación Mariña de la Universidad de Vigo . Su participación garantiza que los nuevos estándares de bienestar para especies como la dorada o la lubina no sean una imposición teórica foránea, sino el resultado de una investigación adaptada a la realidad biológica y productiva de nuestras costas.
El análisis específico por especies revela matices de enorme importancia práctica. En el caso de la trucha arcoíris (Oncorhynchus mykiss), el estudio confirma que su bienestar depende de un control ambiental extremadamente preciso. No basta con vigilar el oxígeno y la temperatura; esta especie es especialmente sensible a la calidad del agua, especialmente a los compuestos nitrogenados como amonio y nitrito, cuya acumulación puede causar daños branquiales y alteraciones fisiológicas que no siempre se detectan a simple vista.
La dorada (Sparus aurata) ofrece una imagen diferente: se muestra sorprendentemente resiliente a ciertos procedimientos de manejo. En pruebas con dispositivos electrónicos, los peces recuperaron sus niveles basales de actividad en apenas hora y media, muy por delante de otras especies como el salmón atlántico. Pero esta fortaleza no debe conducir a la confianza excesiva. El estudio subraya la importancia de monitorizar con rigor deformidades esqueléticas —en particular las relacionadas con el opérculo— que pueden comprometer la respiración y el crecimiento. Esto exige un control nutricional y genético especialmente cuidadoso desde las primeras fases de desarrollo.
Por su parte, la lubina europea (Dicentrarchus labrax) exige una mirada centrada en la dinámica social. El informe introduce el concepto de «indicadores iceberg»: signos externos —como agresiones o una distribución irregular en los tanques— que en realidad apuntan a problemas más profundos relacionados con la densidad, la alimentación o la jerarquía dentro del grupo. Para esta especie, mantener la estabilidad social es tan determinante como garantizar la calidad del agua.
Uno de los aspectos más transformadores de esta actualización científica es la apuesta decidida por la digitalización y la monitorización no invasiva. El estudio plantea sustituir progresivamente los muestreos manuales por tecnologías avanzadas como el análisis automatizado de imágenes para detectar lesiones en piel y aletas, sensores acústicos para registrar el comportamiento alimentario sin interferencias y sistemas capaces de analizar el microbioma —tanto cutáneo como intestinal— como un biomarcador temprano del estrés. Todo ello apunta hacia un modelo de producción más preciso, más preventivo y menos intrusivo.
Este cambio de enfoque llega en un momento especialmente relevante para la acuicultura europea. Bruselas prepara el terreno para reforzar los estándares de bienestar animal, y el productor que adopte tempranamente estos sistemas de medición y documentación se situará en una posición ventajosa. Las certificaciones basadas en indicadores verificables podrían convertirse en la llave de acceso a cadenas de distribución del norte de Europa, donde la trazabilidad del bienestar comienza a equipararse a la seguridad alimentaria.
En un sector acostumbrado a competir por precio, esta nueva visión científica abre una vía clara para competir por valor. El bienestar deja de ser un coste para convertirse en un activo estratégico: una herramienta de confianza capaz de diferenciar el producto mediterráneo y situarlo en una posición de liderazgo en los mercados más exigentes.
