
La acuicultura en el Mediterráneo ha experimentado un notable desarrollo en las últimas décadas, consolidándose como una actividad imprescindible para garantizar la soberanía y seguridad alimentaria, así como para fomentar el desarrollo económico en la región.
Si bien algunos países están liderando con grandes volúmenes de producción que impulsan este crecimiento sostenido en la acuicultura mediterránea, especialmente Egipto con especies como la tilapia del Nilo, no podemos subestimar las aportaciones de países como Grecia, España e Italia, que han destacado por su enfoque en la calidad, la innovación y la diversificación de especies.
El éxito de Egipto, por ejemplo, se debe a factores clave como el acceso a recursos hídricos, un clima favorable y la implementación de tecnologías accesibles para la producción masiva. Con estimaciones que apuntan a superar los 2 millones de toneladas de producción en 2030, el país de los faraones se posiciona como un actor principal en el suministro de pescado a nivel regional e internacional.
Por su parte, Turquía lidera en la región con una producción de 472.000 toneladas de especies como la dorada, la lubina y la trucha arcoíris.
Después están los países mediterráneos de la Unión Europea, que enfrentan desafíos derivados de una reglamentación altamente restrictiva en términos ambientales, que limita su capacidad de crecimiento en volumen. Los productores de estos países han sabido adaptarse a esta reglamentación apostando por la innovación aplicada y la diversificación de sistemas para especies de alto valor, como la dorada, la lubina, el rodaballo, el lenguado y la corvina. Además de incorporar tecnología de vanguardia como los sistemas de recirculación acuícola (RAS, por sus siglas en inglés).
Estos países también han sabido destacar su potencial con un enfoque que combina tradición y altos estándares de calidad, priorizando en especies como la trucha arcoíris y el caviar, entre otras. Además, la excelencia culinaria de los países del Mediterráneo desempeña un papel clave, ya que la demanda de productos frescos y de alta calidad impulsa la producción local, creando un vínculo único entre la acuicultura y la identidad cultural.
Es importante, por tanto, que la hegemonía de Turquía y Egipto en términos de volumen no opaque la importancia de modelos más diversificados y sostenibles como los de Grecia, España e Italia. Estos países aportan un equilibrio esencial al sector, demostrando que la acuicultura no solo se trata de producir más, sino de producir mejor y en zonas rurales.
La producción de pescado es fundamental, especialmente cuando se realiza localmente, ya que fortalece las economías y las comunidades locales. La diversificación de especies, la integración con el entorno y la innovación tecnológica deberán marcar el rumbo de la acuicultura en 2025 y en adelante.