España es un país con muchas tradiciones culinarias, entre las que se encuentran la compra de pescado entero, no en filetes, como suele suceder en otros países del norte de Europa. Las razones son variadas, entre otras, que nos gusta verle los ojos al pescado para asegurarnos que es fresco.
Por lo general, la parte del pescado que nos llevamos a la boca son los filetes, por lo que este hábito tan típico de los países del Mediterráneo con el pescado mirándole a los ojos tiene un problema que está asociado al desperdicio alimentario del que tanto se habla estos días.
El resto, la cabeza, las vísceras y las espinas que acaban en el cubo de basura son nutrientes que bien podrían haber servido como ingredientes para la producción de piensos de acuicultura, o para otros usos, y de esta manera, reducir la presión sobre otras fuentes de materias primas.
El desperdicio alimentario constituye un tercio de todos los alimentos producidos; por tanto, es un desafío para la sociedad, tanto por su impacto en el medio ambiente como a la seguridad alimentaria.
En el caso del pescado, el mayor desperdicio de alimentos está asociado al comportamiento del consumidor, ya que es al final de la cadena de suministro cuanto más producto se desecha.
Para que estos restos sean aptos como materia prima, en primer lugar, deben ser obtenidos y almacenados en centros cualificados, la recolecta del domicilio los invalida sanitariamente. Por eso, aumentar el consumo de pescado transformado es un paso previo para la optimización del aprovechamiento. La otra es aprovechar los avances tecnocientíficos que permiten la conservación y almacenamiento de los filetes y desechos en óptimas condiciones de frescura y calidad.
Otra opción para mejorar el uso de estos desechos para la fabricación de piensos está en las tecnologías de obtención de nutrientes y valorización ya que suelen ser partes con bajo contenido proteíco y deben ser previamente bioprocesados a través de métodos como la fermentación aeróbica en estado sólida que se realiza con levadura de cerveza Saccharomyces cerevisiae y que permite mejorar la composición proteíca.
La situación de hambre y desnutrición en algunos países contrasta con la pandemia de obesidad que padecen otros países. Los consumidores tenemos que ser informados de nuestro importante papel a la hora de optimizar los recursos que se destinan a producir un alimento adoptando hábitos de consumo que hagan más sostenible el mundo. Para ello, hacen falta campañas institucionales de educación al consumidor que permitan evitar el desperdicio alimentario.
¿Estamos a la altura del desafío? ¿O seguimos cerrando los ojos sobre nuestra responsabilidad?