Los primeros diez días de vida de las larvas de rodaballo representan un periodo fundamental para intervenir en el establecimiento de su microbioma. Durante esta etapa, se pueden implementar estrategias clave para asegurar condiciones óptimas que favorezcan su desarrollo saludable y potencien tanto su supervivencia como su productividad.
Un estudio reciente, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Aveiro en colaboración con especialistas de la productora de rodaballos portuguesa Flatlantic, examinó los cambios en las comunidades bacterianas durante los primeros 30 días de vida de estos peces. Los resultados de la investigación apuntan a que, mediante un manejo adecuado del agua y del alimento, es posible influir significativamente en la composición del microbioma, reduciendo el riesgo de enfermedades y mejorando la salud general de las larvas.
Este conocimiento abre la puerta a nuevas prácticas de gestión que optimicen la producción en criaderos comerciales. Una de estas estrategias pasa por usar bacterias beneficiosas capaces de colonizar a las larvas desde sus primeros días. Por ejemplo, incorporando probióticos como Sulfitobacter que pueden competir con bacterias patógenas como Vibrio, disminuyen su prevalencia. Además, monitorear parámetros críticos como la temperatura, la salinidad y la concentración bacteriana asegura un ambiente estable y saludable, promoviendo un microbioma inicial favorable que minimiza los riesgos de disbiosis, un desequilibrio en las comunidades bacterianas que permite la proliferación de patógenos.
Otro elemento esencial en el manejo de los criaderos es el enriquecimiento del alimento vivo, como rotíferos y Artemia. Este proceso permite no solo mejorar el valor nutricional del alimento, sino también introducir bacterias beneficiosas directamente en el sistema digestivo de las larvas. Estos enriquecimientos pueden incluir compuestos que estimulen su sistema inmunológico, fortaleciendo su capacidad para resistir enfermedades.
Para que esta estrategia tenga éxito durante los primeros diez días, resulta fundamental realizar un monitoreo constante del microbioma larval. Tecnologías avanzadas, como la secuenciación de ADN, permiten detectar desequilibrios en tiempo real y ajustar las estrategias de manejo de manera inmediata. Si se identifican altas concentraciones de bacterias patógenas, los criaderos pueden realizar cambios en el agua o añadir probióticos para restablecer un equilibrio saludable.
A partir del décimo día, también es ideal para introducir alimentos formulados que favorezcan el crecimiento de bacterias beneficiosas y para mantener un entorno estable que consolide un microbioma equilibrado.
El manejo adecuado de estos aspectos no solo mejora la supervivencia de las larvas, sino que también tiene un impacto positivo a largo plazo en la eficiencia y sostenibilidad de la producción acuícola. Reducir la mortalidad y promover la salud general de las larvas se traduce en un aumento significativo de la productividad y en prácticas más responsables con el medio ambiente.
Con técnicas como el uso de probióticos, el enriquecimiento del alimento vivo y el monitoreo constante, los criaderos pueden garantizar un inicio saludable para las larvas y establecer las bases de una producción más eficiente y sostenible.