La habilidad y efectividad de los cormoranes para nadar y sumergirse a la captura del pescado en las granjas de acuicultura supone desafío de dimensiones incalculables, hasta el punto que hacen la producción en esteros extensivos tradicionales inviables.
Cada vez que un cormorán entra en una instalación acuícola finaliza con la pérdida de miles de peces, lo que ha llevado a hacer la actividad inviable. Aunque existen datos que difieren en la cantidad de peces que puede ingerir en un día un cormorán, se estima que esta cantidad oscila entre los 400 y 600 gramos de pescado al día.
Estas aves se encuentran principalmente en la Bahía de Cádiz para invernar, lo que abarca los meses de noviembre a febrero.
Las posibles soluciones para mitigar esta problemática pasan por despescar los peces antes de la llegada de las aves, lo que no permite contar con tallas de pescado grande, el uso de dispositivos de disuasión visual y auditiva, la instalación de redes protectoras sobre los criaderos y la implementación de programas de gestión de hábitats para mantener a los cormoranes alejados de las instalaciones. Sin embargo, la medida más efectiva es la de los disparos y la causa de bajas.
La situación no solo es un problema de los sistemas tradicionales, también afecta a cultivos semi-intensivos en tierra y granjas de mar abierto. Por eso, y con objeto de establecer el impacto real en el sector, desde el Centro Tecnológico de Acuicultura de Andalucía (CTAQUA) se ha puesto en marcha una encuesta que busca definir y profundizar en el impacto de la depredación de estas aves en la actividad.
Con toda la información recopilada se realizará un informe con recomendaciones y propuestas que permitan sentar las bases para establecer un marco normativo sólido que posibilite a las empresas acuícolas actuar eficientemente contra los depredadores, evitando el impacto que estas interacciones ocasionan en la producción.
Otro de los problemas que no permite a la actividad tradicional mantenerse son los robos de pescado, que no solo causan un impacto directo en la cuenta de resultados, también producen estrés en los peces.
El robo de pescado no solo es un problema que afecta a los productores, también pone en riesgo a los consumidores al no poder garantizarse la salubridad del pescado sustraído al no seguir los cauces establecidos para una comercialización segura.
Estos dos problemas se han trasladado a la Administración pública en numerosas ocasiones, sin que hasta la fecha se haya encontrado una solución que permita a los pequeños productores de esteros poder vivir de su actividad.