Si usted pensaba que el camino de los insectos de granja tenía todo el viento a su favor para convertirse en la industria de éxito del siglo XXI, sepa que ya hay un estándar, el Global Animal Partnership Atlantic salmon, que opera principalmente en Norte América, que prohíbe la inclusión de su harina en los piensos del salmón.
Los promotores de este estándar en tres niveles, que reconoce a los granjeros por sus buenas prácticas ambientales y de bienestar animal, consideran que actualmente “aún se debe demostrar” que las granjas de insectos no tienen consecuencias negativas para el medio ambiente o el bienestar de los animales.
Y eso, a pesar de que los insectos son un alimento natural para los salmones en estado silvestre y que su uso está autorizado por la Comisión Europea.
Para su prohibición el estándar se apoya en un informe de expertos de la Comisión Europea donde se reconoce en el informe “Platform on Sustainable Finance: Technical Working Group” que existe una “abrumadora falta de conocimiento sobre muchos aspectos de su producción”.
Las distintas especies de insectos, como reconoce el informe, tienen requisitos diferentes de alimentación, manejo y forma de vida; existiendo falta de conocimiento sobre cómo deben estar diseñadas las granjas, el sustrato para alimentarlos y el riesgo ambiental por escapes accidentales.
Producir cualquier animal en condiciones de confinamiento y alta densidad aumenta el riesgo de zoonosis relacionadas con la especie y la aparición de enfermedades emergentes. La alta densidad de insectos en una granja son un “caldo de cultivo” para los patógenos, defienden desde G.A.P.
En la otra parte del tablero están los productores de insectos que consideran que sus granjas contribuyen a reducir el desperdicio, el reciclaje de nutrientes con una proteína valiosa que no compite ni con la tierra de agricultura, ni con el consumo de agua potable.