La terapia con fagos —el uso de virus naturales conocidos como bacteriófagos para eliminar bacterias patógenas— avanza de forma constante del laboratorio al campo. Durante años fue considerada una curiosidad científica, pero ahora parece estar a punto de desempeñar un papel decisivo en la mejora de la bioseguridad y la sostenibilidad del sector acuícola.
Al ofrecer una alternativa natural a los antibióticos, aborda dos de los grandes retos de la industria: la creciente amenaza de la resistencia antimicrobiana y las enormes pérdidas económicas derivadas de las infecciones bacterianas.
Los primeros indicios de esta transición ya son visibles. En Asia, especialmente en Vietnam y Tailandia, los ensayos comerciales han mostrado resultados prometedores en criaderos de langostinos afectados por infecciones de Vibrio.
De forma paralela, en Europa, equipos de investigación en Noruega y Francia están probando tratamientos basados en fagos contra especies de Tenacibaculum y Flavobacterium, responsables de enfermedades ulcerativas en salmón y trucha.
En América del Norte, empresas emergentes como Intralytix y Fixed Phage han informado de avances en el desarrollo de formulaciones de fagos para acuicultura con una vida útil prolongada, un paso clave hacia la escalabilidad industrial.
Más allá de la acuicultura, la terapia con fagos ya ha logrado hitos regulatorios que refuerzan su credibilidad. En 2019, la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) aprobó un aditivo basado en fagos para controlar Listeria monocytogenes en alimentos listos para el consumo, marcando un precedente para futuras aplicaciones veterinarias y acuícolas.
Por su parte, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y varios reguladores nacionales —entre ellos Dinamarca y Países Bajos— están explorando marcos normativos que permitan incorporar estos “biológicos vivos” dentro de la medicina veterinaria.
Su atractivo radica en una combinación de factores: los fagos se replican de forma natural dentro de las bacterias hospedadoras, actúan con una alta especificidad y no dejan residuos químicos, ofreciendo así una solución ecológica que encaja con el compromiso creciente del sector acuícola con la sostenibilidad ambiental.
Aun así, el camino hacia su adopción generalizada sigue siendo complejo. La validación exige estudios in vivo a gran escala que confirmen que los cócteles de fagos funcionan de manera constante en condiciones reales de cultivo y reducen efectivamente las tasas de mortalidad.
La incertidumbre regulatoria continúa frenando el progreso, ya que todavía no existe un marco internacional armonizado que permita clasificar y aprobar estos agentes biológicos. Al mismo tiempo, la comercialización depende del desarrollo de formulaciones estables y fáciles de usar —como polvos secos o pellets encapsulados— que puedan aplicarse a gran escala y soportar distintas condiciones de granja en todo el mundo.
A pesar de estos obstáculos, el impulso es evidente. A medida que crece la preocupación pública por la resistencia a los antibióticos y la investigación ofrece soluciones más adaptadas al terreno, la terapia con fagos emerge como una alternativa científica y creíble. Su avance podría marcar el inicio de un nuevo paradigma de bioseguridad en la acuicultura: uno que combine biotecnología, sostenibilidad y control de enfermedades con precisión.
