
El consumo de productos acuáticos procedentes de la acuicultura en los hogares españoles no se ha visto afectado por la pandemia. De hecho, ha aumentado, lo que pone de manifiesto que no hay ningún rechazo particular por los pescados y mariscos de cultivo. Los consumidores se guían por atributos como los valores nutricionales, el sabor o el precio del producto. La procedencia es algo menos valorado, aunque suele haber una tendencia al consumo de producto local como parte del apoyo generalizado que la sociedad le da al sector primario agrícola y ganadero español.
Sin embargo, otra cuestión es la aceptación social, o más bien, el rechazo que existe hacia la actividad acuícola y la instalación de granjas frente a la costa, principalmente viveros flotantes de cría de peces.
Esto evidencia una falta de trabajo sectorial de años por mejorar la imagen de la actividad en aquellas zonas donde se ha ido expandiendo. Durante décadas, y es algo que sucede actualmente, los emprendedores y empresarios se han visto lidiando en solitario para la obtención de concesiones, y por mucho marco regulatorio favorable o político que se haya querido poner en marcha, la falta de participación de las comunidades locales y el posicionamiento reacio de estas a apoyar la instalación de granjas en mar abierto ha sido el principal obstáculo, tanto para instalarse como para ampliar su capacidad productiva.
Por eso, es importante que los concesionarios no se van solos ante la comunidad local para promover su proyecto. Esto implica involucrarse sectorialmente y hacer participar de alguna manera a las partes interesadas locales en el proceso de desarrollo de la acuicultura, resolviendo todas las dudas respecto al impacto que esta actividad puede tener sobre la pesca, los ecosistemas u otros sectores como el turismo, por ejemplo.
Como comento en este artículo, la mayoría de los consumidores no tienen un especial rechazo por el producto acuícola. Tanto es así que diariamente llegan a los lineales españoles doradas, lubinas, salmones y langostinos de producción extranjera, que son aceptados de buen grado por el consumidor.
Por eso, más importante y efectivo que mejorar la percepción social de la acuicultura en general, lo que por otra parte se antoja un esfuerzo titánico y de una efectividad cuestionable, es trabajar sobre el terreno con las partes interesadas en aquellas zonas donde la expansión de la acuicultura tiene un alto potencial de éxito. No sirve de mucho conseguir que un madrileño acepte mejor que se instale una granja en mar abierto, si la persona de Burriana o de Salobreña no lo hace porque no entiende qué beneficio le puede reportar a él que esa instalación se plante frente a su costa.
Esta promoción de la actividad debe estar apoyada con argumentos que aporten evidencia científica contrastada y se haga sustentar el discurso con un enfoque ecosistémico e integrador con la pesca costera tradicional y otros usos costeros.
Por último, a nivel institucional la problemática de la resistencia social a los nuevos modelos de producción de peces y mariscos debe abordarse con flexibilidad, amplitud de miras y capacidad de adaptación a los nuevos retos que la actual pandemia nos ha descubierto y que son esenciales para mantener la futura prosperidad de las comunidades costeras, la seguridad y la soberanía alimentaria.