Actualmente en el mundo se producen 76,96 millones de toneladas de proteína terrestre, incluyendo la carne, la leche y los huevos, frente a los 13,95 millones de toneladas de proteínas que aportan los alimentos acuáticos a través de la extracción pesquera y la producción acuícola, lo que no se debe confundir con volumen total de producción de animales. Es decir, el 15,3% de este total procedente de animales acuáticos.
Esta proteína acuática es la suma de los 7,13 millones de toneladas proporcionadas por la pesca y los 6,8 millones de toneladas de la acuicultura.
Teniendo en cuenta que en las últimas dos décadas la pesca de captura no ha contribuido a aumentar el aprovisionamiento de más alimento acuático, la mayor aportación futura vendrá de la acuicultura.
Se calcula que de mantenerse la misma tendencia de consumo per cápita, en 2050 se deberá pasar de los 82 millones de toneladas de 2018 a los 129 millones de toneladas. De esta producción, alrededor de dos tercios son peces y crustáceos de especies alimentadas.
Ahora bien, si las ideologías veganistas se imponen en los próximos años y se deja de consumir carne animal en un importante volumen, se producirá un desequilibrio que deberá suplirse a través de la proteína de origen vegetal.
Llegados a este punto es interesarse preguntarse si estas ideologías han tenido en cuenta que, en el mundo, todavía hay muchas personas que pasan hambre y desnutrición y que llevar un modelo de vida vegano no soluciona su problema.
Este posicionamiento del primer mundo debe analizarse en profundidad y de forma responsable. Si queremos dejar de consumir carne por una alternativa vegetal, tenemos que tener un plan B, basado en la evidencia científica, que garantice que la presión que ejerzamos sobre las zonas agrícolas y el consumo de agua neto será menor. Esto se consigue a través del análisis del ciclo de vida de un producto que establece, de manera objetiva, estimar y evaluar los impactos sobre el medio ambiente durante todas las etapas.
La otra opción, para la que todavía no hay una tecnología desarrollada completamente pasa por el cultivo del mar con algas y microalgas de valor añadido, así como la utilización estratégica de los recursos silvestres finitos como la harina y el aceite de pescado, con un enfoque maduro, basado en la ciencia, holístico y de sostenibilidad.
Siendo razonables y no estando guiados por ideologías ambientalistas de ciudadanos acomodados al primer mundo, debemos asumir que en un mundo superpoblado es necesaria la intensificación a niveles ecosostenibles humanitarios con los animales. Esto pasa, en el caso de la producción acuícola, por optimizar las áreas que ya están en uso, así como la identificación y creación de nuevas zonas idóneas de acuicultura.
Los océanos deben ser claves para alimentaros y, también, como sumideros de carbono azul a través del cultivo de algas y la cría de moluscos filtradores. En este contexto, será necesario multiplicar los esfuerzos en la reutilización de los desechos generados durante la producción y consumo de alimentos agrícolas, ganaderos y pesqueros.
Entender todas las entradas y salidas del proceso acuícola requiere, como ya se indicó más arriba, de aplicar métricas de sostenibilidad holísticas como la del ciclo de vida de un producto, en el que entran en juego valores como el potencial calentamiento global, el uso acumulativo de la energía, el uso de recursos abióticos, la pérdida de ozono, la ocupación de la tierra y el consumo de agua.
El objetivo en definitiva debe ser el evaluar como una toda la producción de alimentos, tanto marinos como terrestres, evitando segmentar el problema en bloques, o utilizando los datos arbitrariamente para construir narrativas que buscan llevar a cabo una agenda política, social y económica determinada para cambiar el mundo, pero no, para hacerlo mejor.
Solo como anécdota recordar que Adolf Hitler era vegetariano, y que durante el nacismo, Alemania fue la primera nación en prohibir la vivisección animal.
Resulta también representativo que August Haußleiter, destacado político nazi de la postguerra fue cofundador del Die Grune, el Partido Verde alemán.