La acuicultura, una actividad clave para garantizar la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible de Europa, enfrenta una amenaza que ha escalado de forma alarmante en las últimas décadas: el impacto del cormorán grande (Phalacrocorax carbo carbo y Phalacrocorax carbo sinensis). Estas aves migratorias, cuya población ha crecido exponencialmente, han desatado un conflicto entre la necesidad de conservar la biodiversidad y la viabilidad económica de los piscicultores europeos.
En Europa, los cormoranes han pasado de ser aves ocasionales a convertirse en una presencia permanente en muchas regiones. Según datos recientes, la población actual asciende a 1,8 millones de ejemplares, multiplicándose por 20 en las últimas décadas. Factores como el cambio climático, que ha reducido los periodos de heladas en sus zonas de hibernación, y la disponibilidad constante de alimento en piscifactorías han favorecido este crecimiento descontrolado. Esta situación se ha vuelto insostenible tanto para el sector acuícola como para los ecosistemas de agua dulce y costeros.
Un impacto devastador
El impacto de los cormoranes es multifacético y devastador. Estas aves consumen entre 300 y 500 gramos de pescado al día durante el invierno, lo que representa una presión inmensa sobre las poblaciones de peces silvestres y cultivados. En total, se estima que consumen unas 300.000 toneladas de peces al año, más de lo que producen conjuntamente países como Francia, España, Italia, Alemania, Hungría y la República Checa. Las consecuencias de este consumo masivo son graves: los piscicultores europeos enfrentan pérdidas económicas millonarias, no solo por la depredación directa, sino también por los daños colaterales que esta causa. Los peces que sobreviven a los ataques suelen sufrir heridas, lo que afecta su bienestar, su crecimiento y su calidad comercial, disminuyendo así la rentabilidad de las explotaciones.
En regiones como la Bahía de Cádiz, en España, una población local de 4.000 cormoranes genera pérdidas anuales estimadas en 450.000 euros. Estas cifras, aunque alarmantes, son solo una muestra de un problema más amplio que afecta a toda Europa. La pesca recreativa y comercial también ha sufrido un fuerte impacto, con pérdidas que oscilan entre el 9 % y el 50 % dependiendo del sector y la región. Además, la depredación intensiva por parte de los cormoranes contribuye a la reducción de especies autóctonas y en peligro de extinción, como la trucha marrón y la anguila europea, complicando los esfuerzos de conservación de la biodiversidad.
A pesar de la magnitud del problema, las medidas implementadas hasta ahora han demostrado ser insuficientes. Métodos disuasorios como espantapájaros, disparos intimidatorios y redes de protección han tenido un impacto limitado, especialmente cuando se aplican de forma aislada o sin un marco coordinado. El estatus de protección de los cormoranes bajo la Directiva de Aves de la Unión Europea, que permite derogaciones solo en casos específicos, ha complicado aún más la gestión de estas aves, creando disparidades significativas en la aplicación de las normativas entre los Estados miembros. Esto ha llevado a que algunos países enfrenten la problemática con herramientas insuficientes y sin apoyo transnacional.
Los productores europeos piden una acción unificada
Frente a esta crisis, la Federación Europea de Productores de Acuicultura (FEAP) ha insistido en la necesidad de una estrategia unificada a nivel europeo. Según la FEAP, es imprescindible establecer programas de gestión poblacional basados en datos científicos que permitan evaluar la capacidad de carga de los hábitats y regular el tamaño de las poblaciones de cormoranes.
La regulación, sin embargo, debe ir acompañada de medidas de apoyo económico para compensar las pérdidas sufridas por los piscicultores, siguiendo el ejemplo de otros conflictos ecológicos como el de los lobos y los ganaderos. Los programas de indemnización serían un paso crucial para garantizar la viabilidad de las explotaciones mientras se implementan soluciones a largo plazo.
La innovación tecnológica también juega un papel clave en este desafío. La inversión en redes más resistentes, sistemas avanzados de monitoreo y estrategias de disuasión basadas en inteligencia artificial podría mejorar significativamente la capacidad de los piscicultores para proteger sus cultivos. Al mismo tiempo, es necesario promover la colaboración entre Estados miembros, universidades e instituciones científicas para desarrollar herramientas y estrategias que puedan ser aplicadas de manera coordinada en toda Europa.
El impacto del cormorán en la acuicultura europea es un reflejo de un problema mayor: la dificultad de equilibrar las demandas humanas con la conservación de la biodiversidad. Sin embargo, este equilibrio es posible si se adoptan medidas concertadas y se prioriza la sostenibilidad a largo plazo. Una acción conjunta a nivel europeo no solo protegería a los piscicultores, sino que también contribuiría a la preservación de los ecosistemas acuáticos y a la seguridad alimentaria de millones de personas.
El tiempo para actuar es ahora, antes de que las pérdidas económicas y ecológicas sean irreversibles.