Si echamos la vista atrás y nos vamos al Informe SOFIA de 2012 de la FAO, el documento de referencia de las Naciones Unidas para conocer el estado de la pesca y la acuicultura a escala global, vemos que mientras la pesca ha alcanzado su máximo posible, la acuicultura ha experimentado un crecimiento espectacular.
Desde 2012 hasta ahora, año tras año la pesca para consumo humano directo se mantuvo en torno a los 72 millones de toneladas; así como la captura para fabricación de harina y aceite de pescado, que se mantuvo en 16 millones de toneladas.
En el mismo periodo, la acuicultura ha pasado de 60 millones de toneladas a 92,2 millones de toneladas, un 54% de crecimiento.
Aunque son datos que se analizan con ‘brocha gorda’ se pueden sacar conclusiones. La más obvia es que gracias a la acuicultura más personas en el mundo han encontrado una actividad de la que vivir y de la que alimentarse y alimentarnos de manera saludable.
Por otro lado, la acuicultura ha crecido de manera independiente a las capturas de pescado para la fabricación de la harina y aceite de pescado de origen extractivo. Una pesca que, por otra parte, representa tan solo el 8,8% del total capturado y producido en acuicultura.
Los niveles de crecimiento de la acuicultura, por tanto, no han requerido más harina y el aceite de pescado. Han sido posibles gracias a los avances científicos y tecnológicos, tanto para la formulación de piensos, como por el mayor aprovechamiento de los subproductos de los transformados pesqueros. La acuicultura contribuye, por tanto, al tránsito de la economía actual a otra más circular.
Desde que surgió la piscicultura como fuente natural de alimentos azules se ha venido cuestionando desde determinados sectores ambientalistas y en algunos ámbitos científicos su sostenibilidad. Sin embargo, los datos no concuerdan con este estado de alarma. La acuicultura crece sin hacer mayor uso de los ingredientes marinos de origen extractivo; por eso se puede decir que se trata de una actividad sostenible.